La Exposición Universal de Sevilla y sobre todo las Olimpiadas de Barcelona, ambas celebradas en 1992, demostraron que eventos de estas características podían servir de catalizador en la regeneración de una ciudad, o al menos de parte de ella. Pocos años después, en 1997, el Museo Guggenheim de Bilbao vino a demostrar que no era necesario un macroevento para producir esos cambios. Bastaba un solo edificio lo suficientemente espectacular, caro y firmado por un arquitecto estrella de fama mundial. O eso es lo que pensó buena parte de los políticos españoles. La receta Guggenheim se aplicó con vehemencia por toda nuestra geografía. El resultado, un montón de grandes infraestructuras casi inútiles como las que repasamos en este episodio. Sigue leyendo
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